viernes, 10 de mayo de 2013

Una Guerrera!


            


   

La historia de 'La mona', una mujer que pasó de vendedora informal a empresaria ejemplar

Elvinia Tarazona se haya pasado de su puesto en la intemperie a un lugar que le ofrece mejores condiciones ha creado admiración entre sus compradores.

"Desde que yo empecé a trabajar con los aguacates, hace más de quince años, costaban 50 pesos, otros 100; ahora valen 2 mil y con esta escasez toca ofrecer dos en 5 mil", cuenta Elvinia Tarazona, más conocida como 'La mona', una experta en aguacates.
'La mona', con su cabello rubio recogido, un camisón de dril verde y su carácter fuerte, todos los días se prepara para hacer de su negocio el más reconocido de Cedritos.




Se levanta a las 3 a.m. sale de su casa del barrio La igualdad (Kennedy) a Corabastos en la camioneta, compra sus emblemáticos aguacates, vuelve a desayunar, y emprende una carrera hacia el supermercado en la cra. 15 con cl. 143 porque los clientes no dan espera.

Esta rutina que es una bendición para 'La mona' empezó hace ocho años porque en épocas anteriores su vida era diferente: se levantaba a las 3 a.m. iba a Corabastos por 50 aguacates en compañía de sus dos hijos en brazos, salía del lugar con el bulto al hombro y tomando hasta dos buses llegaba a la esquina de la cl. 140 con cra. 13.

"Cogía un guacalito (canasta de madera) lo volteaba, ponía mis aguacaticos encima y ahí empecé a vender. Obviamente la policía vivía molestando, ahí duré trabajando como unos 14 ó 15 años", cuenta 'La mona', sin dejar de atender a un cliente en su local.

Para que esta mujer de 43 años pasara de ser una vendedora ambulante a tener su propio punto de venta de aguacates y otros víveres, tuvo que acudir a la comunidad de la zona. 

"Un cliente me dijo que pasara papeles y me sirvió de fiador junto con otra clienta y ahí fue donde se legalizaron los papeles para empezar aquí", dice la mujer de los aguacates de Cedritos. 
El hecho de que Elvinia Tarazona se haya pasado de su puesto en la intemperie a un lugar que le ofrece mejores condiciones ha creado admiración entre sus compradores. 

"Esta señora es admirable, yo que he vivido en este barrio por más de diez años; me la encontraba en la calle con sus hijos mirando cómo llevar de comer a la casa, ahora tiene la mayor variedad de aguacates en su tienda y es la experta en el barrio del tema", dice Liliana Salazar, una de las clientes del negocio.
Elivina ejerciendo su trabajo hace años atrás 

Miguel Georgalos


La historia de una de las golosinas más deliciosas y típicamente argentinas tiene, irónicamente, un origen lejano: su secreto se encuentra en una antigua receta griega que llegó al país por casualidad, cuando en 1937 un joven Miguel Georgalos (padre del actual presidente de la compañía) abandona su Grecia natal para afincarse temporariamente en Varsovia, Polonia. Allí aprende el maravilloso arte de la industria golosinera, que traería consigo a Buenos Aires en 1939 tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Una vez establecido en el país, comienza a elaborar artesanalmente una receta a base de pasta de maní, muy común en su tierra natal y materia prima del famoso Mantecol.
En 1941, Georgalos se afinca en el barrio de Floresta y desde allí arranca su actividad. En 1949, siempre bajo la razón social “La Greco-Argentina”, el golosinero puede finalmente adquirir un inmueble propio para establecer su industria en crecimiento.
Entre los años 1947 y 1955 continuaron llegando al país otros miembros de la familia Georgalos, para hacer crecer y progresar a la empresa familiar, nunca olvidando que la materia prima de excelencia y el toque artesanal eran las claves de la calidad y el éxito de sus productos. En esos años, la empresa cambia de firma y nace “Georgalos Hermanos S.R.L.”.
La empresa crecía y también creció una necesidad: la de elaborar materia prima propia. Es por esto que Georgalos se afinca en la provincia de Córdoba, lugar ideal para la siembra y el cultivo de maní. En 1956, Georgalos Hnos. S.R.L. adquiere el inmueble perteneciente hasta ese momento a la ex – cervecería Río Segundo y de esa manera, afianza y garantiza la obtención del maní en cantidad y calidad.

El 19 de octubre de 1962 Georgalos adquiere un nuevo predio en Buenos Aires para construir una planta acorde con los requerimientos más exigentes de la actividad.
Seis años después, en 1968, la empresa se conforma como sociedad anónima y toma la razón social ” Georgalos Hnos S.A.I.C.A.” ( Sociedad Anónima, Industrial, Comercial y Agropecuaria).

A partir de entonces, comienza una larga etapa de crecimiento y creatividad: se comienzan a elaborar nuevos productos, sumando más y más productos al mercado golosinero, como alfajores, chocolates y caramelos, siempre con gran éxito.
 
El secreto de Georgalos combina trabajo artesanal y buenas materias primas, creatividad… ¡y muy buen gusto!





















        Sergio Pérez Fernández, el señor de las etiquetas




Sergio Pérez Fernández es diseñador gráfico y a mediados de los años 80 comenzó a hacer packaging de botellas. En la actualidad, con cientos de trabajos sobre sus espaldas (o, mejor dicho, pegados sobre una botella), se ha convertido en el máximo exponente del diseño de etiquetas de vinos en la Argentina, país vitivinícola por excelencia.
Algunas de las bodegas para las que trabajó o trabaja son Catena Zapata, Bianchi, Escorihuela, La Rural, Etchart y la cervezera Antares, entre otras. Hijo del célebre artista plástico argentino Pérez Celis, dice que las bodegas gastan mucho en imagen porque saben lo que respresenta para sus productos: “una de las cosas más interesantes para destacar es por qué la gente compra un vino. Al ser un producto netamente aspiracional, al vino la mayoría de la gente no lo compra por lo que es sino por lo que representa. 
El vino te da esa representatividad. Y se representa a través de la imagen. La imagen es lo que completa el producto. Vos podés diseñar la tapa de un disco, y el arte puede ser mejor o peor, te puede gustar más o menos, pero eso no es relevante para la venta; en definitiva es un detalle de buen gusto. El packaging de un vino, en cambio, es directamente proporcional a la venta. El desafío para un diseñador es enorme. Con un mal diseño podés hacer perder cientos de miles de dólares. Y un buen diseño puede generar un nicho de mercado que no existía, como nos pasó con New Age. Cuando lo diseñamos, no existían los frizzantes en la Argentina”, dice verborrágico y contundente.
La llegada del diseñador del barrio de la Boca al mundo del vino fue el resultado de una larga carrera vinculada al diseño y la creatividad. Afirma Pérez Fernández, “yo vengo del mundo editorial. Empiezo a trabajar en la revista Humor, de la mano de mi maestro, que fue Andrés Cascioli. También hice tapas de discos, como Fito Paez, David Levón y Andrés Calamaro, con quien fuimos compañeros de colegio. Y en los años ´80 y pico empiezo a diseñar las primeras etiquetas con Navarro Correas, que buscaba diseñadores jóvenes y con una mentalidad diferente. Los diseñadores de vino por lo general traían las etiquetas de afuera. Después me cruzo con Nicolás Catena, que revolucionó la industria en Argentina. Él estuvo en California estudiando el proceso de comercialización y los californianos fueron pioneros que no sólo se preocuparon en hacer buenos vinos. Catena se dio cuenta de que ellos se interesaban por la imagen: una del Nuevo Mundo, diferente a la europea, que hace vinos excelentes pero tiene su nicho. Nosotros somos diferentes. Con Catena empezamos a hacer cosas interesantes. Más tarde conozco a Tincho Bianchi y también empecé a trabajar con ellos. Y a partir de ahí no paré más…”.
Trabajo duro, visión, diseño y renovación: las empresas en la actualidad buscan ideas nuevas que le den una bocanada de aire fresco a los conceptos antiguos, un ojo renovador que modernice lo tradicional… un poco de diseño que embeba de arte cada detalle de la vida.